EL CIERVO QUE ERA CABALLO

 


Cuenta la historia que un jefe chino llamado Zhao Gao, en una recepción oficial, le ofreció al Emperador un hermoso ciervo como regalo al que se refirió como “un bello caballo”. La mayor parte de sus oficiales constataron la belleza sin igual del caballo, mientras que otros, una minoría, advirtió que se trataba de un ciervo en realidad. Zhao Gao pretendía con ello poner a prueba la fidelidad de sus generales y mandó decapitar a aquellos que lo refutaron delante del Emperador. “Toma un ciervo y llámalo caballo” es hoy un proverbio chino que hace alusión al “principio de conformidad del grupo” y que pone de manifiesto la influencia que ejerce el grupo social sobre el individuo para modelar o cambiar su actitud. Una persona que se ve afectada por la presión social, al disentir del criterio general, puede sufrir las consecuencias del grupo en forma de rechazo, exclusión o marginación. De ahí que el individuo reniegue a menudo de sus ideas por miedo al señalamiento popular.

Giordano Bruno fue quemado en la hoguera por pensar diferente; creía que el Sol sólo era una estrella más en medio de un universo infinito plagado de estrellas. Galileo fue condenado a arresto domiciliario hasta el fin de sus días por disentir de la corriente predominante al negar que la Tierra fuera el centro del universo en favor del "heliocentrismo" y por pensar diferente. Sócrates fue sentenciado a pena de muerte mediante la ingesta de cicuta por dudar de la existencia de los dioses de la república de Atenas. Ocurre con la moda, con las ideas, con las preferencias y los gustos. La mayoría tienden a imponer un criterio general que el resto debe acatar si no quiere ser tachado de “raro”. Cosa que sucede cuando nuestros principios no están en consonancia con el de la comunidad. Pudiera ocurrir con la orientación sexual, con nuestro origen, por el signo de nuestras ideas. Se trata, en definitiva, de la imposición de la sociedad que se traduce en la carencia de libertad para pensar diferente. Pero también, en la falta de agallas para hacer valer nuestro punto de vista.

Podría ser el mobbing que afecta al ámbito laboral o “el acoso escolar” que se da en las escuelas por medio de la intimidación de una minoría mafiosa, pero con el silencio cómplice y cobarde del resto. Pero podría también suceder que la mayoría social impusiera su criterio y obligara a los demás a callar.

En 1951, Salomon Asch realizó un experimento que tenía como objeto demostrar la presión social del grupo sobre el individuo. Así pidieron a unos estudiantes que participaran en una “prueba de visión”. En realidad, todos los participantes del experimento excepto uno, eran cómplices del experimentador. A los participantes se les reunió en un aula de clase y se les facilitó dos ilustraciones. Una primera con tres líneas desiguales y una segunda, con una sola línea. Se les pidió que identificaran de entre las tres de la primera ilustración, cuál de ellas era igual a la segunda. Durante la primera y segunda prueba, todos los cómplices y el no cómplice, señalaron la correcta, pero a partir de  la tercera prueba, los cómplices señalaron la incorrecta dejando  al descubierto al sujeto no cómplice que, indudablemente, se veía afectado por la opinión mayoritaria, contraria a toda lógica. El experimento consistía en realizar 18 comparaciones de tarjetas teniendo los cómplices la instrucción de dar una respuesta incorrecta a 12 de ellas. 

El experimento se repitió con 123 participantes distintos. Y aunque la mayoría de los sujetos –no cómplices- contestaron acertadamente, muchos demostraron un malestar extremo y una proporción elevada de ellos (33%) se conformó con el punto de vista mayoritario. Cuando los cómplices no emitían un juicio unánime (es decir, cuando uno de los cómplices daba la respuesta correcta, pero otros no), era más probable que el sujeto disintiera, pero no así cuando existía un total acuerdo. Cuando los sujetos no estaban expuestos a la opinión de la mayoría, entonces éstos no tenían ningún problema en dar la respuesta correcta.

Cuando la mayoría opina en un sentido, a menudo la minoría calla y asiente por miedo a ser descalificada. Esta es la razón del triunfo de determinadas modas, hábitos e ideas políticas o culturales. Pero si por el contrario “el distinto” hace público su criterio, corre el riesgo de ser marginado y tachado de “díscolo,  perturbador, negacionista o antisocial”. De ahí que muchos prefieran seguir viendo caballos donde sólo hay ciervos.