Cuando un gobierno, sea
del color que sea, anuncie que va impulsar la democracia con "más
democracia", échese a temblar porque eso sólo significa que va a
introducir más leyes; como si de las que ya “disfrutamos” (entiéndaseme la
ironía) fueran pocas. ¿Pero qué se quiere decir con más democracia,
acaso más seguridad, más comodidad, más libertad para el ciudadano? No, en
realidad, todo lo contrario. Cuando se legisla la vida de las personas hasta el
último extremo, y eso pretenden los políticos hoy, no se está siendo más
democrático sino más totalitario porque se restringe “el normal vivir” de los
ciudadanos. La costumbre que es la que conforma la idiosincrasia de los pueblos
y la que permite la convivencia entre los individuos, ha sido superada por la
imposición de la ley. Hay que entender que la ley es un arma de coacción y como
tal, no pretende “regular” nada sino amenazar con el castigo en el caso de no
cumplirla; no viene a ser más didáctica ni persuasiva, sino represiva. Por lo tanto,
cuando el legislador habla de “una nueva ley”, no viene siendo más tolerante sino
más reaccionario, pese a que se le llene la boca con eufemismos y neologismos
tramontanos.
El legislador se ve como un
padre amantísimo que cree saber qué necesitan sus hijos, los ciudadanos, y no precisa de consultarles nada
porque a fin de cuentas éstos, son menores de edad. El legislador redacta la
norma sin más. En el ánimo de éste está regirlo todo: movilidad, comercio, educación,
consumo, sanidad, y hasta la libertad de expresión. Pero para legislar “de
nuevas” hay que hacer primero “tabula
rasa” y vaciar previamente de contenido el corpus normativo anterior y sustituirlo
por una ley de nuevo cuño. Y eso hacen nuestros políticos; vaciar por dentro a
la sociedad, desviscerarla, despojarla de todo lo que conocía y obligarla a
creer en algo nuevo.
Ha habido en la historia cientos de iluminados que han
esgrimido las palabras mágicas: nuevo, democracia, libertad, progreso, etc., para
curarnos de todos los males y sin embargo infligieron las mayores calamidades a
la humanidad. Sin ir más lejos, bajo el lema revolucionario de: “Liberté, égalité, fraternité” se
cometieron verdaderas atrocidades. No quiero decir que bajo el “antiguo régimen”
todo fuera mejor, ni muchísimo menos, pero el nuevo tampoco trajo ni la libertad,
ni la igualdad, ni la fraternidad entre los hombres. Tampoco la reseña
comunista: “¡Proletarios de todos los países, uníos!” es un canto a la alegría.
Sólo bajo el mandato de Stalin murieron entre 1 y 2 millones de personas a manos del poder. Y si
no, acuérdense ustedes del lema que figuraba en la puerta del campo de
concentración de Auschwitz: “el trabajo os hace libres”. ¡Menuda broma! Los que
venían a salvarnos del pecado original acabaron convirtiéndose en nuestros
verdugos. Así que, la próxima vez que alguien salga en televisión en hora de
máxima audiencia, encorbatado y blandiendo una sonrisa Profidén, desconfíen; no les van a dar nada nuevo, en realidad, se
lo van a quitar todo.