EL EXISTENCIALISMO EN EL JOKER


El personaje de “el Joker” debutó en el cómic de 1940 de la mano de Bill Finger y Bob Kane, y fue publicado por DC Comics. Se trata de uno de los criminales más notables de la ciudad imaginada de Gotham que podía ser perfectamente Chicago o Nueva York. Desde el primer instante en que aparece se convierte en el enemigo principal de Batman. No por casualidad, el existencialismo surge cuando analizamos el binomio Batman-Joker en contraposición con la sociedad, que resulta ser trascendental para comprender la esencia de la saga. Mientras que el hombre murciélago representa la ley y el orden, no deja de ser a su vez el brazo armado y siniestro de la sociedad; no le importa arrasarlo todo para obtener sus fines, en una especie de consecuencialismo ético brutal donde lo trascendente no es el cómo sino el efecto último. El Joker es un producto de una sociedad violenta y descarnada que tiene en la mirilla a Arthur Fleck, interpretado por Joaquin Phoenix y Oscar al mejor actor de 2019. Fleck es un individuo marginado cuyo propósito en la vida es convertirse en cómico. En las distintas versiones del personaje a lo largo de la historia de los cómics, se intenta explicar la evolución de nuestro protagonista hacia la locura, pero sólo el film de 2008 y el de 2019, lo consiguen.

¿Pero es locura lo que padece Arthur Fleck? El Joker es perfectamente consciente del impacto nocivo de sus acciones. No está loco por tanto. En él hay un profundo deseo de cambiar la sociedad, de pervertirla y de conducirla hacia el caos. Hacia el mismo caos hacia el que él fue llevado. ¿Eso lo convierte en un loco? Arthur reconoce en todo momento el origen de su mal y se esfuerza por contenerlo. Desea ser un buen ciudadano, pero es la sociedad la que lo empuja a cometer los primeros crímenes. La primera versión de sí mismo es capaz de amar pese a la dislocación de la conducta. Conforme avanza la película, éste se libera de la pesada carga que supone integrarse en la sociedad y acepta por fin su personalidad devastadora. Es justo cuando descubrimos su singular forma de pensar y que se puede resumir en la frase: “Siempre creí que mi vida era una tragedia, pero ahora me doy cuenta de que era una comedia”.

 En la magistral actuación de Joaquin Phoenix en el Joker, se nos advierte de que la involuntaria risa de Fleck que suele acabar con un llanto amargo, es el resultado de un desorden neurológico, el síndrome pseudobulbar. Un tipo de crisis epiléptica muy infrecuente. La característica principal de esta risa es que no supone alegría sino todo lo contrario. En la película el protagonista se somete a una medicación para controlar estos impulsos, escribe un diario y visita con regularidad a una asistenta social; hace todo lo que está en su mano para adaptarse a los convencionalismos sociales, pero resulta del todo infructuoso. Y es él finalmente quien rechaza a la sociedad que lo margina. Podríamos decir pues, siguiendo con el “consecuencialismo” ético del personaje en su versión más desatada, que la adaptación cinematográfica del Joker en “Batman, el caballero oscuro” de 2008 e interpretada espléndidamente por Heath Ledger, es el resultado lógico de la película de 2019 llevada a cabo por Joaquin Phoenix. Es decir, en la versión más antigua, el personaje se haya entregado al caos mientras que en la versión reciente de 2019, se explica esa transformación gradualmente.

Pero para entender la truculenta personalidad del Joker, hay que remontarse a sus orígenes. Así, el creador del mismo, Bill Finger, se inspira en una película muda de 1928 dirigida por Paul Leni “el hombre que ríe”, que a su vez es una adaptación cinematográfica expresionista de la obra de Victor Hugo L´homme qui rit, publicado en 1869. Existe, no obstante, una película italiana de 1937 de Mario Mattoli y también una obra de teatro del dramaturgo argentino Julio F. Escobar de 1944 con un título parecido. Además, el sueco Henning Mankell escribe en 1994 “el hombre sonriente”, una alusión a la obra de Victor Hugo. Así mismo, está el cuento de J.D. Salinger “El hombre que ríe” The Laughing man y que sin duda, es una versión del mismo libro del escritor francés. Buceando en la novela descubrimos a un personaje singular, Gwynpline. La obra nos conduce hasta la Inglaterra de 1690 y Gwynpline es hijo de un noble inglés que ha ofendido al rey Jaime II. Éste lo sentencia a muerte y hace que un cirujano desfigure horriblemente la cara del niño con una sonrisa permanente, de tal modo que “la sonrisa del niño sea la risa eterna hacia el tonto de su padre”, dice el rey. Hecho que sí se aprecia en el maquillaje de la adaptación al cine de Heath Ledger, donde porta unas cicatrices a ambos lados de la cara aunque no nos explican su origen y que no aparecen en la caracterización de Joaquin Phoenix. En la novela se menciona a los enigmáticos tripulantes de una embarcación que deja al niño en la isla de Portland al sur de Inglaterra. El niño ha sido mutilado salvajemente con la deformación en el rostro, una sonrisa fija para convertirlo así en un fenómeno de feria. Gwynpline se ve vagando por la nieve y descubre a una niña ciega, Dea. Los dos niños finalmente son acogidos por Ursus, un charlatán. Pasan los años y los tres se ganan la vida con el teatro ambulante; destaca la fascinación del público por la desfiguración del protagonista. El final es aún más dramático y tanto Dea como Gwynpline mueren ahogados.

Durante buena parte de la película parece que Arthur Fleck podría ser hijo ilegítimo del magnate Thomas Wayne y por lo tanto hermano de Batman, de los días en que su madre trabajó en la residencia de los Wayne como asistenta. Sin embargo, Joaquin Phoenix nos saca de la duda en el tercer acto, cuando Arthur descubre por fin que es adoptado. Algo que le hace replantearse su existencia. Thomas Wayne y por lo tanto Batman, representan todo lo que Arthur Fleck jamás tuvo y cree merecer: el lujo, la respetabilidad social, el orden. El mismo traje de Batman es monótonamente oscuro. Todo es uniformidad. Hasta la voz es distorsionada y grave. El personaje vive alejado de la gran ciudad a la que, como el Joker, no comprende y se despreocupa de la miseria humana que la ciudad produce. Batman actúa contra el crimen, pero no contra la pobreza y la marginación. Por el contrario, la vestimenta del joker es vistosa y desenfadada. El cabello es largo y tintado desigualmente de verde, el maquillaje del payaso está deslucido en su rostro. El Joker, por tanto, representa la otra cara de la sociedad, la más sórdida y sin embargo, necesaria. Pero si hay algo que los complementa a ambos es el amor por la violencia que cada uno justifica a su modo, pero que no deja de ser una réplica de la ejercida a su vez por la ciudad de Gotham sobre sus habitantes.

El Joker, en la versión de “El caballero oscuro”, muestra ser más consciente de la realidad que el propio Batman, pese a su locura. Algo que se aprecia claramente en el diálogo que mantienen ambos en la sala de interrogatorios cuando éste le dice a Batman: “yo no quiero matarte. ¿Qué haría yo sin ti? ¿Volver a robar a mafiosos? No, no. Tú me complementas. Para ellos sólo eres un bicho raro, como yo. Ahora te necesitan, pero cuando no sea así, te marginarán como a un leproso. Su moralidad, su ética, es una mentira. Sólo son tan buenos como el mundo les permite ser. Ya verás cuando las cosas se tuerzan. Esos individuos civilizados se matarán entre ellos”. Y añade: “La única manera sensata de vivir en este mundo es sin principios. Y tú –vaticina–, vas a renunciar a tu único principio”. Es justo en este momento cuando el Joker, encarcelado porque se ha dejado atrapar adrede para la consecución de su plan, le propone a Batman un dilema que hará saltar por los aires su moralidad de postín. Le confiesa que el fiscal del distrito Harvey Dent, leal y fiel, y la novia de Batman, Rachel, están en dos sitios distintos de la ciudad, maniatados y rodeados por una decena de bidones de gasolina, los cuales estallarán al unísono, teniendo pues Batman que decidir a cuál de los dos salva. El héroe enmascarado no se lo piensa y prescinde de la ley y el orden que representa el fiscal, para salvar a Rachel, su amor. Es decir, ante el conflicto, “racionalidad versus emociones”, un hombre siempre optará por lo segundo. Sin embargo, el Joker, como bromista empedernido que es, le ha tendido una trampa al hombre murciélago cuando confiesa la ubicación de ambos; ha intercambiado las identidades de los cautivos y cuando Batman pretende librar de la muerte a Rachel que representa los sentimientos, realmente está socorriendo al fiscal Harvey que personifica la ley y el orden. El Joker sabe que su plan no tiene sentido si no existe el orden que se antepone al caos.

Pero lo realmente importante y así nos lo hace saber el Joker es que, ante la dicotomía a la que somete a Batman entre el DEBER SER y el QUERER HACER de la ética kantiana, éste opta por lo segundo, echando por tierra el sentido del deber. El hombre murciélago lleva a sus espaldas el peso moral de la sociedad, pero la moral es frágil, y cuando el Joker, inteligentemente, le hace ver que las cargas son impuestas y que no responden a la realidad, la balanza se invierte y la justificación de los actos de Batman se desmorona quedando al descubierto el caos. Es decir, la singular verdad del “bromista”.

El existencialismo del Joker está forjado por una siniestra perspectiva de la vida, y es, que la libertad es para todos. La locura por tanto significa aceptar que alguien loco pueda tener razón, lo que nos lleva a cuestionarnos nuestras creencias. Por otro lado, la psicología de Batman es también la de un hombre traumatizado y vengativo por la pérdida de sus padres cuando era niño. Por lo tanto, él tampoco comprende a la sociedad que no fue capaz de evitar el crimen de sus padres. El Joker así, nos muestra su particular expresión del existencialismo Kierkegaardiano en donde cada ser debe responder por sí mismo. Para él la libertad es lo que le da sentido a la existencia humana y perderla implica idealizar las leyes y la moral y por lo tanto, la razón de vivir. Batman quiere que el Joker acepte las convenciones sociales y éste a su vez, que el hombre murciélago se libere de la ingenua moralidad que sincretiza Batman. El “guasón” es un radical anarquista que lejos de creer en el mundo lo quiere destruir. Es vil y caótico al estilo Hobbesiano que quiere destruir el concepto del Bien. Pero el Joker no tiene problemas patológicos sino existenciales porque descubre lo débil que es la moral convencional y la de Batman. Así pues, subvertir a la sociedad no implica el Mal, sólo demuestra “el absurdo” del Bien. La broma final es, que no hay tanta diferenta entre él y Batman, o cualquier otro individuo porque todos somos un despojo de la sociedad.