LA CHINALIZACIÓN DE EUROPA


Está claro que en "occidente" hemos perdido el "norte". En los últimos decenios empezamos a externalizar a las empresas porque producir en el continente resulta muy caro y la consecuencia ha sido unos índices de paro demoledores para nuestra sociedad sofisticada y pasiva. La comodidad se ha convertido en norma y ya nadie trabaja por un salario mileurista; resulta casi más ventajoso vivir de subvenciones estatales varias. El resultado ha sido que países como China, Taiwán o Corea, han experimentado un empuje económico brutal. Tanto que ya no hacen artilugios de pésima calidad como antes, sino que envían sondas a la Luna y a Marte, fabrican coches de gama alta y hasta tratan con productos "biológicos" de extrema peligrosidad, para regusto de toda la humanidad. Además, lo hacen a un precio tan competitivo que ni Europa ni EEUU pueden hacerles sombra. Hoy, comprar Made in RPC, es decir, made in China, es comprar calidad sólo que a un coste de producción irrisorio. Esa es la clave. Mientras nuestras normativas "garantistas" nos obliga a cumplir cientos de requisitos, a ellos producir les resulta fácil.

La cuestión es, si Europa sería capaz de exigirle a China igualdad en la carrera comercial en ciernes, porque es evidente que el monstruo asiático juega con ventaja: depreciación de la moneda, mercado laboral sin garantías, etc. Pero lo dudo. Europa es un continente de señoritos remilgados todos, más preocupados por almidonarse el cuello de la camisa que en vigilar que no se les marche toda la industria que es, a fin de cuentas, la que de veras crea empleo. Mientras tanto, ocupadísimos en ser solidarios y en embutir aún más el sistema del bienestar por el que Europa es conocida en el mundo entero, seguimos viéndolas venir. Para que se hagan una idea; la archiconocida marca de teléfonos móviles Nokia, que era la marca de referencia en el continente europeo, hace poco que dejó de fabricar en sus terminales de Finlandia y ahora ha pasado a manos de Foxconn, con sede en Taiwán. Alcatel es otra que ha trasladado la fabricación a Shenzhen, China. Incluso la marca española BQ que tanto llegó a crecer en nuestro país, ha dejado de existir, desplazándose a Vietnam para cambiar incluso de nombre. Para colmo, ni siquiera hay vetas de coltán en Europa, un mineral esencial en la fabricación de smartphones. Los mayores productores de este material estratégico son Australia, Brasil, Canadá, China y algunos países africanos como la propia RDC, Ruanda, Burundi y Etiopía. Así que, la única posibilidad que le queda a Europa es, o producir más barato o invertir en tecnología a fin de ser competitivos. 

No seré yo quien critique el libre comercio, bendito sea. Sin él los medios de producción no se hubieran diversificado como lo han hecho en los últimos decenios y no gozaríamos hoy de la riqueza que poseemos; aunque sea sólo un espejismo. Pero ha sido precisamente la expansión del comercio, pese a que a algunos les extrañe, lo que ha posibilitado por ejemplo, que la "pobreza severa" esté a punto de erradicarse en el mundo.

Una consecuencia directa de la expansión económica surgida tras la segunda guerra mundial fue precisamente, la riqueza de las naciones, parafraseando a Adam Smith. Por supuesto sigue habiéndola, la pobreza digo, pero ya no es aquella terrible hambruna de antaño, donde la mortandad era enorme. Y gracias en gran medida al desarrollo de países como China e India.

Lo realmente alarmante no es el poderío indiscutible de China, sino que en vez de estar copiando los avances tecnológicos de ésta, les estamos imitando en medidas represivas. Pese a la propaganda de los gobiernos globalistas, ésta y de momento, no nos está sentando nada bien a los europeos. El problema no es que de añadido nos vengan especies invasoras de oriente que destruyen el ecosistema del río Ebro, como la rana toro por ejemplo, sino que estamos importando ciertos hábitos de control poblacional que me recuerdan angustiosamente al libro de George Orwell "1984". El desarrollo tecnológico chino ha servido para inundar de cámaras las calles y de antenas 5G para hacer un seguimiento escrupuloso de la ciudadanía. Lo que de veras está exportando China es la vigilancia de un país altamente tecnificado. Basta con triangular la ciudad de Pekín, que es un enorme telar de araña, para detectar al segundo a cualquier ciudadano y con ello, conocer quién es, qué consulta por Internet, qué consume y si es un buen ciudadano; sino fíjense en "el sistema de créditos" implantado en el país oriental donde se puede comprar, viajar o trabajar "si te portas bien"; de lo contrario, la web del "partido" bloqueará cualquier intento de adquirir según qué artículo. 

Un ejemplo de ello ha sido lo sucedido durante la Pandemia, donde las autoridades sanitarias sabían en todo momento dónde se hallaba cada "positivo Covid" ordenado confinarse. Las ciudades se han llenado de cámaras y los hogares de "Alexas", que recogen cuanto sucede en el ámbito privado para satisfacción de sus usuarios. Y todo, "por su seguridad".

No hay un registro fijo de cuántas cámaras de vigilancia hay instaladas en España, pero se calcula que 1 millón de ellas. Ignoro si son muchas o pocas, pero si nos comparamos con países de nuestro entorno, es un número bajo indudablemente; el Reino Unido, en un cálculo realista, supera los 5 Millones de cámaras. Esto representa una videocámara por cada 14 habitantes.

En cuanto a la aceptación por parte de la población de este tipo de dispositivos, los titulares de los periódicos son terriblemente engañosos. El Mundo, a partir de datos extraídos del muy fiable Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), sitúa la aceptación en un 73%. Lo que no dice el titular sino mucho después la columna, es que los españoles expresan su aprobación en cuanto a que estos dispositivos se ubiquen en lugares como bancos, transportes públicos u hospitales, pero no así en el medio de trabajo o en la esfera privada.

Por otro lado, durante el primer mes de 2019, se publicaron las cifras de portabilidades y nuevas líneas móviles, y uno de los datos más llamativos es que las líneas móviles suman un total de 53,4 millones, cuando la población española es de 46 millones de habitantes. Es decir, 53 millones de móviles que registran tus movimientos, tus hábitos y tu consumo, tus relaciones personales, etc. Y en cuanto a las tarjetas de crédito, entre 2000 y 2019, el número de tarjetas en circulación aumentó considerablemente hasta aproximarse a los 86 millones según el BBVA, consumándose millones de transacciones financieras, sin duda, bajo supervisión.

En conclusión y citando de nuevo a Orwell, el Gran Hermano "chino", es un hecho y ha venido para quedarse.