La necesidad de la modificación conductual no es nueva y tampoco, que los Estados
la saluden con entusiasmo porque todo poder quisiera para sí una población tan
entregada como la de la película. Sin embargo y a falta de vainas
transformadoras, éstos ya logran por medio de la propaganda lo que los
extraterrestres a través de la bioquímica. Acuérdense si no de los once
principios del ministro de publicidad y propaganda del gobierno nazi, Joseph
Goebbels. Goebbels se dio cuenta de que el miedo era el medio más eficaz para
la conversión de las personas y desde entonces los gobiernos de todo el mundo,
en mayor o menor medida, no han dejado de aplicarlo a su propia población.
Basta con echar un vistazo a lo sucedido durante la pandemia. Da igual si
existe un enemigo real o si éste es imaginado, se bombardea a la población con
toda suerte de noticias de dudosa credibilidad. Lo curioso es que, procediendo éstas
del gobierno, nadie dudará de ellas, pero si la raíz de la noticia parte de otro
sitio, fácilmente podrá ser calificado de fake
news por las agencias de verificación; que son el oráculo de Delfos de
nuestros días. ¿Porque, cómo nos iba a mentir el gobierno? Esa es la primera pregunta
que todo ciudadano de bien se hace, la segunda es, ¿serían capaces de tanto? Y
la respuesta es, sí.
El propósito de la confusión es rendir la única defensa que posee el ciudadano,
el sentido común. Una mentira dicha una vez no deja de ser un embuste, repetida
mil veces, cala en la sociedad porque ésta no tiene posibilidad alguna
de contrastarlo, pero además, porque quiere creer, lo necesita. Lo
prefiere a descubrir que está solo en el mundo. A continuación se rendirá y
suplicará al Estado que intervenga para que lo libre del mal que lo acecha, aún
a costa de su libertad. Y un gobierno en sus cabales no dejará pasar la
oportunidad.
Me viene a la memoria el experimento radiofónico de Orson Wells donde simuló la
invasión de los extraterrestres. La población, confiada en que los medios de
comunicación nunca mienten, creyó a pies juntillas lo que sólo era la
adaptación radiofónica de la novela "La guerra de los mundos" de
Herbert George Wells de 1898. Se emitió un domingo 30 de octubre de 1938 y
causó tal pánico en la audiencia que la gente huía despavorida de las ciudades.
Pero no hace falta acudir a la ciencia ficción para sospechar que algo así es
posible hoy, basta con echar un vistazo a la historia. Hitler supo sacar
provecho de la tecnología como nadie en su época. La radio se convirtió en el
transmisor más eficaz de las consignas nazi y convirtió a millones de pacíficos
ciudadanos en delatores bien entrenados de judíos, con un discurso encendido de
orgullo patrio.
El Macartismo en Estados Unidos es
otro de los grandes episodios de la historia en cuanto a manipulación de masas se
refiere. El senador Joseph McCarthy, mediante acusaciones infundadas de
pertenencia al partido comunista o de connivencia con la URSS, logró inocular
la histeria colectiva en la sociedad americana que empezó a ver espías por
todos los rincones. El proceso concitó a grandes personajes de la época y aunque algunos quedaron absueltos, otros fueron hechos preso sin un juicio justo, pero
una gran mayoría, sobre la que no había más prueba que la de figurar en
"la lista negra" de McCarthy, sufrió el ostracismo profesional o
familiar por la sola sospecha de ser "rojo". Pues fue tal el miedo
inoculado en la sociedad que cualquier persona era susceptible de ser un
peligroso comunista y las denuncias a la policía se contaron por miles. En
plena guerra fría, la población americana se vigilaba unos a otros ante
el temor de que el vecino fuera un malvado bolchevique. Militares,
congresistas, ciudadanos ordinarios, nadie estaba a salvo de la sospecha de
McCarthy. La «caza de brujas» condujo a la conspiración ficticia más grande de
la historia, donde y en nombre de la seguridad nacional se vulneraron
sistemáticamente los derechos civiles de miles de personas.
Algo parecido sucedió con el 11S. Tras la caída de las torres gemelas, los
americanos rindieron lo más valioso que tenían desde la independencia de los
Estados Unidos; la libertad a cambio de seguridad. Lo que ignoraban o tal vez
no, es que una vez que ésta se entrega, ya jamás se recupera. La "Patriot
Act", fue aprobada por una amplia mayoría en 2001 en el Congreso
norteamericano. A partir de entonces se abrió todo un canal de
intervencionismo estatal donde las libertades más elementales quedaron
restringidas sino abolidas. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de EEUU
y hoy los teléfonos y la navegación por Internet es vigilada incluso por las
grandes multinacionales que conocen los hábitos de los ciudadanos mucho mejor
que ellos mismos. Llegados a este punto, los hay quienes en un frenesí
"cívico" no dudan ya en implantarse un chip subcutáneo si con ello le
garantizan la tan ansiada seguridad.