LA INVASIÓN DE LOS ULTRACUERPOS

 


Se acordarán ustedes de la mítica película de 1978 "La invasión de los ultracuerpos" con Donald Shuterland y Brooke Adams. En ella los alienígenas se hacen con el control de las personas mientras duermen. Al despertar en apariencia son los mismos, pero la transformación de la conducta ya es un hecho y ahora son seres obedientes que acatan las normas sin rechistar. ¡Vamos! el sueño de todo gobernante. Se les ha suprimido las emociones que es lo que nos define como especie y ahora son seres inconmovibles. Las víctimas aceptan gustosamente el cambio porque recuerdan lo infortunadas que eran antes siendo portadoras de sentimientos, e invitan a los otros a someterse voluntaria o forzosamente a la transformación. Es decir, como ahora. Los que aún no han sido objeto de la metamorfosis de las "vainas" observan con perplejidad cómo sus amigos acaban sucumbiendo, temiendo en última instancia pasar ellos también a engrosar las filas de los convertidos.

La necesidad de la modificación conductual no es nueva y tampoco, que los Estados la saluden con entusiasmo porque todo poder quisiera para sí una población tan entregada como la de la película. Sin embargo y a falta de vainas transformadoras, éstos ya logran por medio de la propaganda lo que los extraterrestres a través de la bioquímica. Acuérdense si no de los once principios del ministro de publicidad y propaganda del gobierno nazi, Joseph Goebbels. Goebbels se dio cuenta de que el miedo era el medio más eficaz para la conversión de las personas y desde entonces los gobiernos de todo el mundo, en mayor o menor medida, no han dejado de aplicarlo a su propia población. Basta con echar un vistazo a lo sucedido durante la pandemia. Da igual si existe un enemigo real o si éste es imaginado, se bombardea a la población con toda suerte de noticias de dudosa credibilidad. Lo curioso es que, procediendo éstas del gobierno, nadie dudará de ellas, pero si la raíz de la noticia parte de otro sitio, fácilmente podrá ser calificado de fake news por las agencias de verificación; que son el oráculo de Delfos de nuestros días. ¿Porque, cómo nos iba a mentir el gobierno? Esa es la primera pregunta que todo ciudadano de bien se hace, la segunda es, ¿serían capaces de tanto? Y la respuesta es, sí.

El propósito de la confusión es rendir la única defensa que posee el ciudadano, el sentido común. Una mentira dicha una vez no deja de ser un embuste, repetida mil veces, cala en la sociedad porque ésta no tiene posibilidad alguna de contrastarlo, pero además, porque quiere creer, lo necesita. Lo prefiere a descubrir que está solo en el mundo. A continuación se rendirá y suplicará al Estado que intervenga para que lo libre del mal que lo acecha, aún a costa de su libertad. Y un gobierno en sus cabales no dejará pasar la oportunidad.

Me viene a la memoria el experimento radiofónico de Orson Wells donde simuló la invasión de los extraterrestres. La población, confiada en que los medios de comunicación nunca mienten, creyó a pies juntillas lo que sólo era la adaptación radiofónica de la novela "La guerra de los mundos" de Herbert George Wells de 1898. Se emitió un domingo 30 de octubre de 1938 y causó tal pánico en la audiencia que la gente huía despavorida de las ciudades. Pero no hace falta acudir a la ciencia ficción para sospechar que algo así es posible hoy, basta con echar un vistazo a la historia. Hitler supo sacar provecho de la tecnología como nadie en su época. La radio se convirtió en el transmisor más eficaz de las consignas nazi y convirtió a millones de pacíficos ciudadanos en delatores bien entrenados de judíos, con un discurso encendido de orgullo patrio.

El Macartismo en Estados Unidos es otro de los grandes episodios de la historia en cuanto a manipulación de masas se refiere. El senador Joseph McCarthy, mediante acusaciones infundadas de pertenencia al partido comunista o de connivencia con la URSS, logró inocular la histeria colectiva en la sociedad americana que empezó a ver espías por todos los rincones. El proceso concitó a grandes personajes de la época y aunque algunos quedaron  absueltos, otros fueron hechos preso sin un juicio justo, pero una gran mayoría, sobre la que no había más prueba que la de figurar en "la lista negra" de McCarthy, sufrió el ostracismo profesional o familiar por la sola sospecha de ser "rojo". Pues fue tal el miedo inoculado en la sociedad que cualquier persona era susceptible de ser un peligroso comunista y las denuncias a la policía se contaron por miles. En plena guerra fría, la población americana se vigilaba unos a otros ante el temor de que el vecino fuera un malvado bolchevique. Militares, congresistas, ciudadanos ordinarios, nadie estaba a salvo de la sospecha de McCarthy. La «caza de brujas» condujo a la conspiración ficticia más grande de la historia, donde y en nombre de la seguridad nacional se vulneraron sistemáticamente los derechos civiles de miles de personas.

Algo parecido sucedió con el 11S. Tras la caída de las torres gemelas, los americanos rindieron lo más valioso que tenían desde la independencia de los Estados Unidos; la libertad a cambio de seguridad. Lo que ignoraban o tal vez no, es que una vez que ésta se entrega, ya jamás se recupera. La "Patriot Act", fue aprobada por una amplia mayoría en 2001 en el Congreso norteamericano. A partir de entonces se abrió todo un canal de intervencionismo estatal donde las libertades más elementales quedaron restringidas sino abolidas. Sin embargo, este fenómeno no es exclusivo de EEUU y hoy los teléfonos y la navegación por Internet es vigilada incluso por las grandes multinacionales que conocen los hábitos de los ciudadanos mucho mejor que ellos mismos. Llegados a este punto, los hay quienes en un frenesí "cívico" no dudan ya en implantarse un chip subcutáneo si con ello le garantizan la tan ansiada seguridad.