LA INSTITUCIÓN DEL MATRIMONIO

 


El matrimonio es un contrato, un acuerdo entre partes recogido en el código civil y santificado por las confesiones religiosas. Y como todo contrato, éste debe ser aceptado con una fórmula protocolaria, con un "sí, quiero" corto y conciso que alumbre una vida en común. Sólo que el contratante no sabe muy bien a qué se compromete cuando dice sí, excepto por aquello de:"...en lo bueno y en lo malo, en la salud y en la enfermedad...". 

Probablemente el contrato del matrimonio sea el contrato menos explicado de la epistemología contractual, y empiezo a pensar que lo es a propósito. Si le preguntara por las cláusulas de su contrato matrimonial no sabría usted qué responderme. El vacío cumple un propósito sin duda y es, que todo sea consensuado por las partes, pero no sucede así porque nadie sabe qué subrayar antes de contraer nupcias (el amor les nubla la conciencia); una inmensa grieta en el mamparo de babor del Titanic por donde el barco hace aguas. Es ahí donde nos topamos con el primer escollo de esta milenaria institución, tan antigua como la prostitución y quizá no por casualidad.

Todo comienza, por tanto, con las mejores intenciones. Nada saben los contrayentes de lo que les deparará el futuro porque, inevitablemente, en algún momento éste se tuerce y es cuando las partes echan la mirada atrás buscando saber qué fue lo que pactaron, y descubren con sorpresa que o bien no se dijeron nada al respecto o bien, que en la penumbra de un rincón, en el fragor de la batalla, sólo se prometieron el Taj Mahal.

El matrimonio es un instrumento que viene sin libro de instrucciones. Son como los armarios de Ikea, resultan baratos, pero vienen sin ensamblar. Hay que montar las partes con paciencia, pero a menudo las piezas no encajan y uno hace uso del manual del usuario con la esperanza de entender algo. Así que yo reivindico el "sólo sí es sí" de la ministra Montero, pero extrapolado a todo lo que tenga que ver con una relación de pareja.

En la institución del matrimonio, debería de especificarse por escrito todo lo atinente a éste. Desde si cama de matrimonio o dos individuales, pasando por los entretenimientos, hasta las preferencias sexuales de la pareja; todo. No puede dejarse al albur del "amor" porque no hay nada más "inestable" que el amor, cuyo fundamento es, una reacción química en el cerebro. Algo tan serio como la unión entre dos personas debe ser fruto de un criterio juicioso entre partes y con las precauciones debidas.

Todo el mundo que esté casado sabe de primera mano que el matrimonio es mucho más que el idilio de novios de los primeros años; todo se complica y después del "periodo de garantía", son muchas las parejas que rompen; porque no era lo que se habían imaginado. Para entonces los efectos de la dopamina, la serotonina y la oxitocina han cesado y los contrayentes se han dado de bruces con la realidad. Hay que entender que nada se puede hacer bajo el hechizo del amor porque en "estado de enajenación" el razonamiento lógico no es posible. Tanto es así que éste está considerado como un "atenuante" en los casos de delitos pasionales, semejante a conducir bajo los efectos de las drogas o el alcohol.

Enamorado, uno accede a todo y cuando pasan los efectos narcóticos sólo queda la desolación. La flaqueza del momento, así hay que entenderlo, nos lleva a firmar un documento matrimonial en estado de delirio. Por eso yo soy partidario de hacer separación de bienes antes de casarse y redactar cláusulas de salvaguarda, por lo que pudiera suceder; quién sabe: una infidelidad, no ser correspondido en el seno del matrimonio, desacuerdo en la educación de los niños, el número de hijos bajo techo común, la intromisión de la familia en los asuntos personales, los gustos más singulares, etc. No es falta de confianza sino una prueba fehaciente de amor. Es decir: "porque te quiero y sé que tú también a mí, firmemos un acuerdo pormenorizado".

De este modo, el "sólo sí es sí" del ministerio de Igualdad, debe ser un acuerdo expresado gráficamente, sabiendo a lo que se atienen las partes. Algo que sirva como medio de prueba. Bastaría con aprovechar la deriva tecnológica de las instituciones para poner a disposición de todos un acuerdo general que todo el mundo pudiera suscribir con sólo pulsar una tecla en su dispositivo móvil; tan fácil como descargarse un Código QR o responder afirmativamente a un SMS del ministerio con la huella dactilar como verificador de la identidad. El incumplimiento del acuerdo debería también comportar una indemnización a la parte perjudicada. Porque, el "sólo sí es sí", únicamente es factible si las partes consienten, pero qué sucede si una desiste habiéndose comprometido antes.

Por eso opino que toda relación, la casual también, pero la matrimonial sobre todo, debe regirse por cláusulas que todo el mundo pueda entender. El amor es una circunstancia aconsejable en el matrimonio, pero en absoluto necesario para convivir. Parece mucho más importante preservar los intereses personales que hay en toda la relación porque el matrimonio es una carrera de intereses y de egoísmos personales sin duda; ella pudiera querer llenar la casa con réplicas de Munch y él apostar por el minimalismo. Es en este punto donde quiero poner de relieve la figura del "contrato de conveniencia" como la solución a muchos problemas; las partes llegan a un acuerdo claro y frío donde el amor es lo de menos.

Es innegable que las partes llegan al matrimonio cargados de ilusiones, pero también de intereses personales. Por eso creo que dichos intereses deberían figurar en un hipotético contrato que los responsabilice a ambos. Pueden ser deseos, caprichos, costumbres, pero haciéndolo nos ahorraríamos muchos disgustos. Para los religiosos esto tiene aún más sentido puesto que el matrimonio es un sacramento y hay que tomárselo en serio. Desde, en qué lado de la cama dormir, pasando por qué parte del armario me corresponde, hasta qué prácticas sexuales son admisibles en el seno de la pareja, todo es relevante consignarlo por escrito.

Pudiera parecer que estoy en contra de la institución del matrimonio, todo lo contrario, porque estoy a favor de ella, creo importante protegerla y esta es la mejor manera; despojándola de todo romanticismo. Evitando a toda costa que se llegue al paroxismo que nuble el sentido común. Deberían saber los novios que el matrimonio es un ejercicio de sometimiento mutuo consentido, una diferencia sin importancia, algo no hablado previamente, se magnifica después y puede propiciar la ruptura. A menudo no es la falta de comprensión hacia el otro sino la desconfianza la que se instala en el matrimonio y todo, por no saber de antemano a qué atenerse. La honestidad es la única postura válida en la relación, quizá la única posible porque a la hora de firmar hay que ser tremendamente honestos. El matrimonio es un continuo ejercicio de generosidad que después de muchos años, o quizá no de tantos, choca con posturas irreconciliables; aquellos términos que no se negociaron. Y lo que se prometía como el bastión irreductible del amor, acaba convirtiéndose en una prisión, en una pesadilla.

Una cosa es lo obvio y otra muy distinta, admitir que uno ha dejado de ser libre dentro del matrimonio, porque nadie querrá admitirlo. De ahí la necesidad imperiosa de recurrir al "acuerdo mutuo de entendimiento". La franqueza mercantilista de apuntar pormenorizado todo. La opacidad sólo conduce a que se produzcan malos entendidos y desavenencias futuras. Si la compra de un móvil obliga a la aceptación de un contrato, el matrimonio no debería de ser menos. Quizá así no perderíamos tan frecuentemente la "cobertura" en el matrimonio.