EL MAL EN DIOS

 


Tradicionalmente se ha usado el mal en el mundo como la demostración de la inexistencia de Dios. ¿Si Dios existe, por qué lo consiente? Se trata por tanto de conciliar la idea de un Dios bondadoso y todopoderoso con la idea del mal y el sufrimiento en la Tierra: Si Dios es todopoderoso, podría eliminar el mal, y si es bueno, tendría necesariamente que querer hacerlo. Así que la existencia del mal se presenta como una enmienda a la realidad misma de un Dios bueno y omnipotente.


Según Lactancio, hay cuatro posibilidades:


(1) Dios bien quiere evitar el mal, pero no puede.

(2) Dios puede, pero no quiere.

(3) Dios ni puede, ni quiere.

(4) Dios quiere y puede.


De estas premisas del apologista cristiano se sigue que "Dios puede y quiere". Pero si eso es así, cómo existe "el mal". Para responder a esta pregunta, quizá se hace necesario antes aclarar a qué nos referimos cuando hablamos de Dios. Un concepto temprano del mismo nos lleva a ser extremadamente prudentes porque cualquier individuo que haya nacido en Oriente Medio u Occidente, se verá fuertemente influenciado por la concepción judeocristiana donde Dios es concebido como un creador sobrenatural supervisor del ser humano, dotado de omnisciencia, omnipotencia, omnipresencia, omnibenevolencia. En otras partes del mundo, sin embargo, Dios es algo más abstracto y nada tiene que ver con el antropomorfismo divino ordinario cristiano. Así, las religiones trascendentes creen en un Dios que existe en el más allá y que por tanto, no está aquí. De ahí que Dios no pueda atender los problemas humanos. Esta idea pondría en tela de juicio el atributo "todopoderoso" de Dios aunque no así su bondad. Los inmanistas, por su parte, creen en un Dios que no está en el más allá sino en el más acá, es decir aquí. Nuevamente nos encontramos con la paradoja de, si está aquí, por qué no hace nada para evitar los males del mundo. Una concepción panteísta de Dios cree que está en el más allá, pero también en el más acá. O dicho de otra forma, "Dios está en todas partes". Entonces, por qué no responde favorablemente ante las desgracias.


Spinoza es un ejemplo de filósofo panteísta que incide en que Dios, no sólo está en todos los sitios sino que Dios es "todo", incluido el ser humano. Para Spinoza, todo parece tender hacia la Unidad y regirse por las mismas leyes. Cercana a una concepción cabalista donde todo lo creado, lo esencial y lo material, son emanaciones de Dios, el ser humano sería una expresión más de éste. Lo que implica que si la maldad está en el hombre también lo está en Dios puesto que somos parte de él. El bien y el mal sería por tanto, una consecuencia de Dios. Es decir, el bien y el mal, como la vida o la muerte, son escenarios de una misma cosa. Y más aún, ambas contrapartes son necesarias y sin las cuales, no se podría entender el mundo. La apuesta de Pascal a propósito de la existencia de Dios es pragmática: "No sé si creer en Dios -nos dice-, pero conviene creer por si acaso". 


Pero volviendo a los dos atributos de Dios con los que muchos lo definen: la bondad y la omnipotencia, Leibniz creía en un Dios bondadoso sin límites. Una entidad así, no podría hacer nada mal y tampoco, consentir el mal en la Tierra. Entendía que el mal sólo lo es en apariencia pues a continuación, vendría el bien. Para Stephen Hawking sin embargo, "Dios no es necesario para explicar la creación" y por lo tanto, conceptos como bien y mal no tienen sentido alguno.


¿Pero, y si el problema de la bondad, a partir del cual se justifica la existencia de Dios, no fuera tal? ¿Y si lo que entendemos por bondad no es más que la exuberante capacidad de crear sin límites? Por parte de quién o de qué es lo de menos, como se podrá apreciar más adelante.


Restándole pues importancia al concepto "de lo bueno y de lo malo" que nos dificulta una comprensión integral de Dios, nos sentimos libres para pensar sin ataduras, sin corsés que nos impidan respirar. Ya no nos debemos a unas formalidades sino que ahora apreciamos el horizonte límpido para reflexionar. 


La vida y la muerte representadas por Eros y Tanatos en la mitología griega, pueden aportar luz a este enredo de siglos. Eros representaba el amor, pero más concretamente, la atracción sexual o la fertilidad ilimitada si se prefiere. Tanatos por el contrario, simbolizaba la muerte, pero no una muerte violenta como la sufrida en el campo de batalla o a manos de un homicida, sino más bien la muerte plácida que nos sume en un sueño. De hecho se decía que a Tanatos, aunque temido por todos, le acompañaba siempre su hermano gemelo Hypnos, que pretendía esto mismo. A diferencia de Keres que sí representaba la muerte iracunda. Así, no habría que entender la bondad de Dios como la inclinación a hacer el bien sino como la capacidad ilimitada de reproducir la vida por doquier. Entendiéndose ésta como nacimiento y muerte; pues ambos conceptos están ligados, si es que no son lo mismo. El bien o el mal es el valor con el que calificamos la acción humana. ¿Y si el bien y el mal, lo bueno y lo malo, la fealdad y la belleza fueran las dos caras de una misma cosa? Explicamos la realidad con emociones, pero la realidad prescinde de ellas, no las necesita para ser explicada. Dios es vida y muerte, bondad y maldad, belleza y deformidad en un solo acto. No precisa de nociones pueriles para darse a conocer por sí mismo. 


Entendemos la muerte como un mal, pero sólo es la consecuencia de la vida. ¿Podía tener Dios razones morales para permitir el mal? Las mismas que para consentir el bien, porque ambos conceptos están irremisiblemente ligados. Más aún, son intrascendentes para que la vida se abra paso; simplemente son. El bien y el mal sólo son admisible desde la perspectiva humana. Para la naturaleza, para Dios, esto es "indiferente". La crueldad en la naturaleza: las hambrunas, las sequías, las inundaciones, aunque lamentables todas ellas, no dejan de ser consecuencias de la vida, de la existencia y no por ello son malas ni peores, simplemente son. En el páramo más desolado hay vida y donde ha acontecido una hecatombe acaba resurgiendo ésta de nuevo. La vida busca la forma de abrirse paso si le dan la oportunidad. No es, por tanto, un tema de moralidad sino de existencia. ¿Son "justos" los volcanes que producen tanta desolación? Carece de sentido la pregunta como se puede apreciar. ¿Dónde está entonces el mal? Le adjudicamos responsabilidad y culpa a los fenómenos naturales como lo haríamos con un ser humano cuando no hay conciencia en ellos, o al menos, no una conciencia moral. Los hechos simplemente son. Los telediarios abren con la noticia de la irrupción de un huracán en las costas de Miami y el reportero enviado a las inmediaciones “culpa” a éste de los desastres. Pero las desgracias naturales a menudo tienen una explicación lógica, que a diferencia de lo humano, nada tienen que ver con el bien o con el mal. No hay un deseo malvado ni un gesto benevolente en tales fenomenologías, sino que tan sólo, suceden.


Queremos ver a Dios con nuestros ojos y lo dotamos de cualidades humanas, de emociones y sentimientos. Lo personificamos, lo humanizamos. Le aplicamos nuestra lógica y cuando advertimos la presencia del mal, el concepto de un Dios omnipotente se tambalea. Pero preguntarse por qué Dios permite esto o aquello no tiene ningún sentido. Dios no tiene razones, simplemente ES. ¿Por qué un agujero negro se traga un trillón de planetas? Por la misma razón por la que crea el doble de ellos al otro lado del universo que, con seguridad, traerán vida. La explicación universal se halla exenta de emociones. La bondad y la omisión de ésta está implícita en la misma Creación como lo está la vida y la muerte. Y está en los hombres entender que lo que llamamos "el amor de Dios", “la bondad divina”, no es más que la facultad de otorgar vida sin límites, pero también, la de suprimirla sin explicación alguna. No porque formemos parte de una macabra partida de ajedrez cósmica, sino porque somos el resultado de un proceso que viene gestándose eones atrás y que cesará también en algún momento para resurgir otra vez, y así, por la eternidad.


En la naturaleza hay cosas muy bellas que nos reconcilian con la idea de un Dios bondadoso, por qué no habríamos de hacerlo también con las grandes catástrofes. Cuando se dice: “Dios lo ha querido”, olvidamos que estamos atribuyendo cualidades puramente humanas, como lo es “el deseo”, a una circunstancia que escapa a todo deseo, simplemente ES. De otra manera, hablaríamos de Dios como de un ser caprichoso, insensible e injusto como cualquier hombre. Dios no nos hizo a su imagen y semejanza, sino que le hicimos nosotros a él a la nuestra.