HEDONISMO DE BAJA INTENSIDAD

 

Tenía el propósito de escribir esta mañana un artículo deliberadamente acusativo; señalar la decadencia de nuestra sociedad posmoderna. Poner el acento en la falta de valores, en la vanidad, en el desdén social. Advertir de que no es real el odio político; no hay dos Españas que se estén matando otra vez, sino la inquina, que se está inoculando en el torrente sanguíneo de la sociedad para pudrirla, porque son muchos los que viven de crear crispación. Son como vampiros que se alimentan de la tragedia anímica de todos, y cuanto más irritados, tanto mejor. Es como si toda la maldad del mundo tuviera como propósito el que la gente sufriera y así, fabricase el néctar que los alimenta. He llegado a pensar que nos cosechan como hacen las hormigas con los pulgones, para que destilen la miel que devoran. En nuestro caso, los políticos representan la cúspide de la cadena trófica, y se nutren del malestar ajeno.

Debe tratarse, digo yo, de nuestro campo energético que al cambiar de polaridad por la malauva, nos debilita y en consecuencia, les da a ellos la vida. La deben destilar, imagino, en grandes cubas metálicas, en algún lugar apartado. Con toda seguridad, se citan en instalaciones ultrasecretas, contrarios y leales, y practican allí sus aquelarres demoníacos que acaban con la consumición del destilado de sufrimiento humano: una solución viscosa y agridulce que los revitaliza. Los recreo como insectos antropoides libando con ansia de una espita plateada que es la última sección de un gigantesco tanque que recorre toda la nave.

Como digo, quería tener presente para este artículo todo aquello que me indigna: el ruido, la suciedad, la inseguridad. Pero lo he reconsiderado; algo me ha hecho detenerme y mirar a mi alrededor y, percatarme de que no todo está mal. Que cuanta más hiel destilemos, mejor para ellos y peor para nosotros. Y me he dicho que al menos por hoy, no les daría esa satisfacción.

Claro que hay cosas por las que quejarse, por ejemplo, la indiferencia con la que mis convecinos saludan el día a día. Da igual lo que hagan los de "arriba", seguirán votando puntualmente en cada comicio, porque lo llevan grabado a fuego como las reses en la piel la marca ganadera. Es una cuestión de conciencia cívica. ¡Pero allá cada uno con su conciencia! La mía está tranquila. El por qué lo hacen, es un misterio que jamás podré desentrañar: gritan a coro cuando España mete un gol, pero son incapaces de gritar, también a coro, las marrulladas de los políticos, de los de cualquier signo. ¿Adoctrinamiento, idiotez congénita? Lo ignoro. Pero así es.

Así que voy a hablar de lo que de veras me interesa, de mi entorno. No soy de los que piensan que "cualquier tiempo pasado fue mejor", porque no es cierto. Nunca se ha vivido en este país mejor que hoy y sin embargo, nunca nos hemos sentido tan amargados. (Lo que me lleva de nuevo a mi hipótesis de los insectos libadores de tragedias). Así que es lógico que evoquemos con nostalgia el pasado, sobre todo, quienes ya transitamos la medianía de nuestra vida y adivinamos la juventud como algo ya lejano y difuso que no volverá. Es el canto melancólico de quien le queda aún media vida, pero que ya ha consumido la otra media. No es añoranza; no creo que seamos muchos los que quisiéramos, pese a todo, volver atrás y empezar de nuevo. La mayoría nos conformamos con lo que tenemos y damos gracias a Dios todos los días. Pero sí deseo recorrer la última etapa de mi vida tranquilo. Degustando los días y las noches como si fueran las últimas. Rodeado de mis amigos y de mi familia. Disfrutando de la lectura, de la música y de un buen Rioja. Llámenme hedonista, pero así quiero morir y no abrumado por los problemas, muchos de ellos artificiales: que si me llegará la pensión para vivir cuando me jubile, que qué clase de mundo le dejamos a nuestros hijos, etc. Por tanto, una queja, sí claro, pero sólo eso. Por lo demás, quiero disfrutar, reír y soñar, hasta que me llegue mi hora y por fin pueda mandar a la mierda todo.

Me iré en paz, con la certeza de que cuanto hice, lo hice lo mejor que supe, o me permitieron. Que me dejé cosas por hacer, pero que ya las hará otro por mí con más talento y más sabiduría. "Que fue bonito mientras duró", como así reza el epitafio que quiero para mí. Y aunque todavía no esté muerto, he de decir que lo vivido mereció siempre la pena. Es bonito amar, regocijarse con un recuerdo, bañarse en el agua salobre de la playa, hacer el amor, saludar la mañana con una sonrisa y comerse una tortilla de patatas con una copa de vino. Esto es lo que hace hermosa la vida y no las miserias ni los sufrimientos de los que se alimentan los libadores de almas.

Dios guarde el hedonismo de andar por casa del que me considero un humilde practicante.