EL PENSAMIENTO CRÍTICO

 


El pensamiento crítico implica comprender lo que se formula. En el proceso de dudar, importa poco quién afirme algo sino la prueba que confirma dicha sentencia. Da igual si se trata de una autoridad en la materia; porque éste es falible. Lo importante es la evidencia. Recordemos la existencia inequívoca de armas de destrucción masiva en Irak o la autoría innegable de los atentados del 11 de marzo de 2004 en la estación de Atocha de Madrid. El poder tiene derecho a mentir, nosotros a dudar de la veracidad de la información suministrada. Ciertamente no somos expertos en nada y por lo tanto, fácilmente manipulables. De ahí la necesidad de contrastar todo testimonio que dice ser veraz. Si una afirmación es vaga o se impide la formulación de objeciones, entonces podemos decir que nos hallamos ante "la censura" y en consecuencia, la información no es tal sino una idea interesada.

El pensamiento crítico no consiste en pensar de forma negativa, predispuestos a encontrar defectos. Es un proceso neutro y sin sesgos para evaluar opiniones o afirmaciones. Las noticias falsas o “fake news”, en su anglicismo, consiste en un "bulo" difundido a través de portales de noticias: prensa escrita, radio, televisión, redes sociales, cuyo objetivo es la desinformación. Ahora bien, éstas pueden ser diseñadas por contrarios al poder para entorpecer la labor del mismo, o por el propio poder con la intención de enaltecer un determinado pensamiento, al objeto de conseguir un rédito.

Por lo tanto, se hace preciso el beneficio de una información fidedigna e imparcial. Es aquí donde el papel de los medios de información es esencial. Sin embargo, el escoramiento ideológico pone en riesgo la veracidad de los hechos. Hoy el sesgo político de los medios es tan acusado que ya ni se molestan en disimularlo, antes bien, lo abanderan con un orgullo cínico que hace peligrar la esencia misma de la profesión. La deriva partidista contradice el propio código deontológico de los trabajadores de la información cuyo objetivo, se dice, es "tratar con imparcialidad los hechos".

Al enaltecer una causa con un sesgo político, se perfecciona precisamente el bulo y la mentira. Como resultado, la sociedad vive en un marasmo que hace difícil la comprensión de los acontecimientos. En la "guerra" ideológica, la verdad muere y da paso a una “bazofia” que la sociedad consume con devoción porque, lo que sale en la televisión es un hecho indiscutible. Las agencias antibulos, de reciente creación, tampoco son ajenas a la manipulación, pues no porque se diga “trabajar con transparencia y honestidad”, esto sea cierto. Sobre todo cuando la matriz de dichas agencias responden a un determinado ideario. Así, las agencias españolas dedicadas al fact checking son la agencia de noticias AFP cuyo mayor contribuyente es el Estado francés en un 40% y dos empresas españolas, una fundada por Ana Pastor (Newtral), antigua directora del programa de entrevistas políticas El Objetivo perteneciente a La Sexta y la otra, por dos extrabajadores de esa misma cadena televisiva: Julio Montes y Clara Jiménez Cruz (Maldita.es).

Paradójico es, que hallándonos en pleno siglo XXI y cuando el conocimiento se ha universalizado como nunca, la desinformación ha conquistado el corazón de las sociedades modernas. No sería preocupante sino fuera porque éstas no tienen otra forma de acceder a la noticia que a través de la prensa escrita, la televisión o las redes sociales, donde la información se ha "uniformado", bien por medio de la censura que practican los gobiernos, bien por el control absoluto que los grupos de poder tienen de la información. Así se ha puesto de manifiesto en los últimos tiempos con la pandemia, cuando la única información disponible, veraz o no, era la que reportaban los medios,  que a su vez pasaba el tamiz del Estado; único dispensador autorizado de la verdad.

Por tanto, se puede decir sin error, que una sociedad sin rigor periodístico es una sociedad sin democracia. Y que una sociedad altamente ideologizada como la nuestra, es una sociedad enferma. De hecho, es el camino abonado para el totalitarismo.

Conseguir una sociedad que practique el pensamiento crítico implica inculcarlo desde una edad temprana. Una sociedad con juicio crítico es una sociedad segura de sí misma y exigente con el poder. De ahí seguramente que no se propicie. En la edad adulta es casi imposible hacerlo porque los prejuicios son ya inamovibles. Existe sin embargo algunas "claves" que nos permiten practicarlo, aún de adultos, con cierto éxito:

- Analizar la información en pequeñas dosis y desconfiar de los grandes titulares.
- Practicar la curiosidad y el escepticismo.
- No dar por cierta una información aun viniendo de una institución solvente; la solvencia se gana, pero también se pierden.

El modelo academicista de enseñanza del siglo XIX, contrario en gran medida al juicio crítico, está todavía vigente en nuestra sociedad, sobre todo en el ámbito universitario que es justo donde se gestan los profesionales especializados del mañana. Se trata de trasladar la mayor cantidad de conocimientos posibles, metodológicamente dispuestos en una rígida planificación, sin lugar a la discusión. Es la profesionalización mecanicista de la enseñanza; el alumnado debe ajustarse a la materia, no hay lugar para la investigación o el desarrollo intelectual. En consecuencia, trasladarán a sus vidas y también a la sociedad, cuanto saben como si se tratase de una verdad indisoluble.

La verdad imperante es una verdad "estanco" sin oxigenar. Así, la gente con estudios universitarios en nada se diferencian de aquellos que no pudieron o no quisieron realizarlos, si son incapaces de discernir entre lo que es una noticia "adulterada" de la que no lo es. Recordemos que los planes de estudios son elaborados por el Estado y ningún gobierno busca el juicio crítico del ciudadano sino la uniformidad y la obediencia. Podemos convenir pues, que si eso sucede entre los segmentos de población mejor preparados, qué no sucederá en el resto. La respuesta es bien sencilla, la ignorancia como solución social.

"El efecto bandwagon" o también denominado "efecto de arrastre" se basa en la observación de que las personas hacen y creen ciertas cosas, sólo y porque otras personas creen y hacen esas mismas cosas. Particularmente sucede entre adolescente, pero es común también apreciarlo entre adultos. Es la razón del éxito del argumentum ad populum, es decir, (del argumento del pueblo dirigido). Un sofisma populista que responde a una falacia y que la gente toma por válido, sólo y porque un gran número de personas creen en él. No precisa de prueba alguna, basta con la voz de la mayoría. La estructura es la siguiente: "si para la mayoría es A, por lo tanto A es verdadero.

Los argumentos ad populum se suelen usar en discursos, pero también en discusiones cotidianas triviales. Se utiliza vivamente en la política y en los medios de comunicación y suele adquirir firmeza de cosa cierta cuando va acompañada de un sondeo que respalda tal afirmación falaz. Para ello se suele convenir el criterio de expertos "afines". La idea es, “que puesto que todo el mundo piensa de una determinada manera, no pueden estar todos equivocados”. Mediante este ardid argumental, engañoso siempre, uno puede apoyar su afirmación basándose en la opinión de la mayoría o por el contrario, callarse ante la abrumadora oposición al objeto de no ser ridiculizado.

Existen dos grados de falacia ad populum. Se puede afirmar sin pruebas o se puede realizar algún tipo de consulta específica que apoye nuestro ideario y hacerlo pasar por universal. En cualquier caso, nada justifica un razonamiento solo y porque lo piense la mayoría. Así, podemos concluir que toda sociedad ausente de pensamiento crítico es una sociedad inmadura. Por el contrario, toda sociedad desconfiada del poder, vigila lo que es suyo. De otra manera, la libertad del individuo se diluye en la nada. Toda democracia sin pensamiento crítico se devalúa y cuando una sociedad se desentiende de él, está condenada al totalitarismo.

La mejor forma de hacer frente a los argumentos falaces, provengan de donde provengan, es dejándolos en suspenso. Y la mejor manera de ser críticos es analizando con solvencia lo que escuchamos y leemos. Lamentablemente, nuestra sociedad adolece de cultura de leer y de escuchar, y mucho menos de analizar.