PERDIENDO LA FE, Y LA PERSPECTIVA



El Papa Francisco ha pedido perdón a los mejicanos, recientemente, por las tropelías que los conquistadores españoles cometieron en nombre de la Cristiandad. Se trata del estúpido revisionismo postmoderno de la historia que pretende analizar los acontecimientos del pasado con la mirada del hombre del siglo XXI. Y es que corren malos tiempos para la lírica. El Santo Padre entona el "mea culpa" en nombre de no sé quién, porque aún siendo español no me siento concernido, y mucho menos por los errores que pudieran cometer otros, si es que lo fueron. Pero Su Santidad se postra de rodillas sobre el embaldosado de mármol de la basílica de San Pedro, y reza desconsolado. A lo mejor es él el que tiene mala conciencia y no tiene modo de confesar sus propios "pecados" sino a través de los de otros. Y me pregunto si deberían los italianos pedir perdón a los españoles de hoy, por masacrar a los pueblos íberos durante la conquista romana de Hispania. ¿Deberían los descendientes musulmanes, pedir clemencia por la toma del Ándalus, y de paso, por los muertos acaecidos durante la batalla de Las Navas de Tolosa de 1212? ¿Y Francia por los muertos que la invasión napoleónica originó? Y ya puestos, ¿los mejicanos descendientes de los aztecas por el genocidio sobre los pueblos náhuatl? ¿Y los Incas por el sometimiento de los pueblos del altiplano boliviano? ¿Y los anglosajones por el exterminio de los indios y los aborígenes? ¿Deberían los descendientes de Gengis Kan llorar desconsolados por arrasar Europa hace setecientos años?

Esto es el resultado desquiciante de una "memoria histórica" infantil, que tira estatuas de conquistadores, quema cómics de Tintín y Pocahontas para no herir la sensibilidad de los pueblos indios y que reescribe la historia a golpe de Twitter, como si de una rabieta de niño malcriado se tratase. Es este mundo infantiloide que se siente permanentemente en deuda con no sé muy bien quién. Es la herencia de una Europa próspera con sentimiento de culpa tras la segunda guerra mundial. Como los padres de un hijo único al que no pudieron dedicarle todo el tiempo, por avatares de la vida, y que hoy se sienten culpables, pese a que al niño no le faltó jamás de nada. 

El Papa Francisco es hijo de esa generación de afortunados que tuvieron mejor vida que la de sus padres tras el horror de la guerra. Que pudieron ir a la universidad, tener tres comidas al día y dinero para ver mundo. Y que ahora, dolidos por la desigualdad de su condición de "pudientes" y sin embargo con conciencia social, pretenden enmendar las diferencias sumiendo al mundo en el caos de un Nuevo Orden en apariencia solidario y equitativo, pero que viene a desarmar el concepto de propiedad, justicia y libertad individual, tal y como lo conocemos hoy; uno desde el Vaticano, dándose golpes de pecho y otros muchos, desde Silicon Valley, soñando con la eugenesia global. Se sienten con el derecho de hacer la revolución cultural y de imponer el marxismo 2.0 por medio de la revocación de la historia.