LA NAVIDAD EN TIEMPOS DE CÓLERA

 

Las costumbres y las tradiciones pierden fuerza cuando la gente cambia sus creencias en ellas, algo que es consustancial a la evolución o a la involución de las civilizaciones. Entonces se procuran nuevas creencias y prácticas que, con el tiempo, formarán parte de las nuevas costumbres. El problema surge cuando se pretende tal circunstancia forzosamente. Es decir, cuando se imponen los cambios al albur de las  ideologías que se fanatizan. Y así ha sido a lo largo de la historia.

Recuerden ustedes a la Alemania nacional socialista de Hitler que quiso acabar con la cultura polaca. Al imperio japonés que suprimió el coreano durante la ocupación japonesa de Corea. La Unión Soviética de Stalin que devoró las tradiciones con la lógica que compartía de la exterminación nazi. A estos se suman regímenes como los de Mao, Pol Pot y Kim Il-Sung. Últimos exponentes de una cultura política de destrucción del hombre y sus raíces bajo la máscara de la emancipación y la libertad de los pueblos. 

Fue el abogado polaco Raphael Lemkin (1933), quien propuso el término de "genocidio cultural", para protestar contra la destrucción de la herencia cultural. En nuestros días se trata del revisionismo histórico, tan de moda, que consiste en restituir el daño causado a otras culturas en épocas pretéritas, arrancando de raíz las nuestras para que así brote, en forma de sacrificio ritualístico, una nueva, ésta, virginal y armoniosa. Una surgida, como siempre, de la revolución (no existe otro modo), que no viene a mejorar las cosas sino a imponer otras nuevas. Y así acuñar términos como: "la nueva realidad", "el nuevo orden mundial", "la nueva sociedad". Porque se trata de reescribir el pasado que pudo ser y no fue.

Hoy, sin embargo, la que está amenazada es la navidad y no me refiero a la introducción de costumbres foráneas como el gordinflón Santa Claus en lugar del habitual portal de Belén, sino al sentido mismo de las tradiciones. La intimidación se ha intensificado en los últimos tiempos con la excusa sanitaria de la pandemia, cuando no se permiten reuniones familiares (no más de seis personas) o directamente se ordena el confinamiento de la población (léase hoy, Holanda y Alemania, pero en cualquier momento, otros muchos). Porque lo que está en juego es la propia tradición cristiana. Así, altos mandatarios como el francés Macron, han pedido que se eviten las festividades y hasta que se pida el certificado Covid incluso para comprar en los mercadillos navideños al aire libre. Se trata de una ofensiva laica que pretende reventar las costumbres desde el corazón mismo de la sociedad, alentando el miedo y el odio. No se busca que cambien las cosas porque caigan en desuso sino por medio de la imposición. Este caballo de Troya también está ya inserto en el seno de la iglesia católica que lleva a cabo una demolición controlada de la misma. Y esto, también es "genocidio cultural".

Porque, cuál es la esencia de la navidad, la cosmética de los regalos, el encendido de las luces en las calles cuando el precio de la luz está por las nubes. No. La familia, porque ese es el núcleo de toda sociedad humana. Por eso se modifica en nuestros días el concepto de familia por medio de la ley, única forma por la que el Estado puede anticiparse a los tiempos sin esperar a que los viejos mitos mueran. Cuando se ataca a las fiestas, se agrede de una vez la identidad, la justicia consuetudinaria, la lengua común que nos une, la tolerancia, el amor y la historia de toda una civilización. En una palabra, la tradición. Por eso hoy (quién lo diría), celebrar la navidad es un acto de rebeldía, un acto de enraizamiento. Y cantar villancicos en familia, un hecho clandestino de lo más incívico.

Yo no sé ustedes, pero estas navidades pienso ser insolidario y brindar con mi familia y de paso, desearle a todo el mundo lo mejor para el año venidero.