LA LEY Y LO JUSTO

 

La ley puede ser justa o injusta, pero no por ello deja de ser menos ley, y como tal, de obligado cumplimiento. La ley es un precepto de autoridad que nace del derecho positivo y se impone mediante la coerción. Su naturaleza es siempre restrictiva e indica lo que no se puede hacer y cómo se pena el desacato. Todo gobierno utiliza la ley como forma de armonizar la vida de los ciudadanos, limitando los derechos, naturalmente. Un gobierno totalitario, un gobierno tiránico, y así ha sucedido en innumerables ocasiones en la historia y aún hoy, preferirá la ley "injusta" por su calidad impositiva. ¿Cuándo podemos presumir que una ley es injusta y por lo tanto, que el gobierno que la sustenta también lo es? Cuando atenta contra las libertades más elementales del individuo. Cuando vacía de contenido el derecho. Cuando aprueba la norma a espaldas de los ciudadanos, sin el control siquiera del parlamento. Cuando legisla a golpe de Real Decreto. Podríamos discutir aquí extensamente sobre lo que es justo y lo que no lo es, y quizás acabar enredados en nociones vagas. Sin embargo, si observamos que el quid de la cuestión debería ser el respeto a la esencia de lo que el hombre es, estaremos bien encaminados.

Si a un sujeto, y no porque hubiera cometido un crimen de sangre sino en razón de su pensamiento, se le dispensa un trato diferente al del resto de los ciudadanos o directamente se le niega o suspende sus derechos, estaríamos hablando de discriminación política y de un grave atentado a los derechos fundamentales del individuo. Se le estaría privando de su condición de ciudadano frente al resto; pues bien, esto está sucediendo hoy. Piénsese en el sistema político de segregación racial en Sudáfrica, "el Apartheid", por ejemplo. O en los GULAG comunistas; lugares de encarcelamiento de prisioneros «políticos» y mecanismo de represión a la oposición del Estado socialista. Recuérdese los guetos judíos del nacismo y los campos de trabajo del franquismo. Pero piénsese también en el confinamiento por el Covid, porque el arresto domiciliario, más aún estando sano, asimismo lo es. La norma reúne toda la potestad bajo la autoridad de la ley y aún así es injusta, porque atenta contra las libertades de los individuos.

La justicia puede no ser justa si la ley por la que se rige ha sido pervertida. Las normas no son definitivas ni están talladas en piedra; pueden moldearse a conveniencia y eso sucede cuando las sociedades, en su conjunto, olvidan la ética. Cuando un pueblo se corrompe en una espiral de ceguera y fanatismo, entonces aparece el fantasma de la represión en todas sus manifestaciones, que van desde el señalamiento público por opinar diferente, hasta ser multado o encarcelado por discrepar de la idea dominante. Por eso la injusticia puede ser legal pero no deja de ser una iniquidad. 

¿Pero, qué es la ley? La ley es una convención social, un acuerdo para organizar la vida de las personas en sociedad. Lo que es justo o injusto, bueno o necesario, depende de la fisonomía patológica colectiva que puede cambiar, como lo hacen los pueblos y las modas. Lo que antaño estaba mal, ahora puede ser visto con buenos ojos por una sociedad convencida de ello. Y como muestra, un botón. La esclavitud estaba permitida en la sociedad norteamericana de 1789. El tráfico y comercio de seres humanos era lícito y legal, y lo había sido desde siempre. El hombre negro no gozaba del estatus de ciudadano y carecía por tanto, de derecho alguno. No era considerado siquiera un ser humano. Sólo cuando se produjo un cambio en la mentalidad de buena parte de la población, la esclavitud pudo ser abolida y las leyes, que hasta entonces habían regido la vida de las personas, cambiadas. Lo justo entonces se convirtió en execrable. Pero nada nos garantiza que la ley no pueda regresar a su forma primitiva, basta con que lo deseen un grupo de hombres.

¿Entonces, cómo saber qué es justo o injusto? Muy sencillo. Por la ética con la que se dictan las leyes. La ética, a diferencia de la moral y las leyes que mudan con las convenciones sociales, se mantiene firme a lo largo del tiempo y a pesar de los gobernantes. Porque sus principios son eternos y comunes a todos, y que preexisten a las leyes. Éstos son tan esenciales, tan evidentes que abochorna recordarlos, pero parece necesario aún hoy hacerlo: el respeto a la vida (incluso a la no nacida), no mentir, tratar bien al prójimo, etcétera. Los principios éticos son declaraciones propias del ser humano que apoyan su necesidad de desarrollo y felicidad, con la dificultad que entraña siquiera definir qué es la felicidad. Pero son tan obvios, tan francos, que la mayoría de las doctrinas y pueblos los podrían suscribir sin problemas. La ética guía la conducta del ser humano. Podrían ser "los diez mandamientos" o cualquier otra norma honesta con el hombre; si quebráramos los principios éticos, de tan primarios y elementales que son, nos haríamos daño a nosotros mismos. Así, la rectitud, la integridad, la honestidad son los nexos conformadores del ser y dan sentido a la existencia humana. Sin ellos nos hundimos en la ciénaga de la oscuridad.

Si ante la duda nos preguntamos qué es ético, no tenemos más que preguntarnos a su vez: cómo deseamos ser tratados por los demás, y hallaremos la respuesta. Entonces, descubriremos que el prójimo no es tan diferente a nosotros y que se merece lo mismo. Todo lo que exceda de estas simples premisas, no es más que obcecación e intolerancia. Así, toda ley, toda norma que no sea un reflejo de la ética, por mucho que diga perseguir los fines más elevados, es pura mezquindad. Si así sucede, entonces podemos estar seguros de que no estamos ante una ley justa sino ante la tiranía.

¿Es justo un juez cuando juzga un caso? Por muy ecuánime que lo sea, éste siempre procede conforme a derecho, es decir, sobre lo que disponga la ley. Si la ley está viciada, su juicio será injusto. Por lo tanto, la pregunta debe retrotraerse inevitablemente a la ley. ¿Cuándo una ley es justa? Pues lo será dependiendo de la ética con la que fue redactada. Decía Bastiat que "la razón de la ley  es proteger a las personas". Pero cuando se legisla, se hace siempre ideológica y no éticamente por lo tanto, la ley fracasa en su empeño. Así que no podemos afirmar que la ley sea justa cuando no es ética. La ley no es sinónimo de justicia, ni la justicia garantía de equidad, lo es la ética.

Pongamos un caso práctico: si decimos que la vida, la persona y la propiedad son los tres pilares de la libertad, si la ley exime de culpa al asaltante que allana un hogar con ánimo de usurparlo, podremos decir que ha sido absuelto conforme a derecho, pero que no justamente. Porque un hombre sin la garantía de su propiedad y de su vida no es nada.