LAS VERDADES DE LA MAR

 

La mar no tiene pereza ni vanidad, ni falta que le hace. Muere en la orilla con un rumor enérgico y se deshace en espuma blanca, blanda como caricia de mujer, sabia. La lógica de las olas es simple; agitarse azul en el ancho mar y extinguise en una voz gruesa, que dice, "que nada importa. Que la eternidad es un suspiro y que tus problemas, una broma". Cuántas veces muere y nace, y danza al son de las estrellas y aún así, nada importa. Pregúntale a las olas por los problemas de los hombres y se reirán: «De qué contratiempos me hablas. Yo vine a ser, nada más. A qué tanta soberbia», me dijo la mar. «No me comprendes -respondí sentado junto a la orilla-, estoy preocupado. ¿Acaso no sabes lo que sucede en el mundo? La gente muere». «¿Y qué? -Me contestó-. Yo lo hago cien mil veces al día y nada sucede. Vuelvo a nacer después de cada muerte en la orilla»«Pero eso no es morir -repuse indignado-, tú no mueres. Los hombres sí. Tú eres eterna»«Quien te ha dicho eso miente. Yo muero un poco todos los días, y entretanto, sigo lamiendo las arenas de la playa, rompiéndome en mil pedazos contra el dique del puerto como siempre hice. No pretendo volar como las gaviotas, ni ocultarme en los recodos como los pulpos. Hago lo que hago porque no sé hacer más que llenar el vacío con toda mi presencia hasta el día en que falte y el silencio se apodere de todo. Y aún así, no será triste la mañana ni amarga la noche, sino que, otra cosa ha de ser»«Qué otra cosa, cuéntame».  Pero enmudeció en un estruendo. La vi retirarse al interior de las aguas con energía. Dejó al desnudo la arena que bajo su manto ocultaba y me miró distante. «Cómo pretendes que te revele el secreto que ni siquiera yo s黫Creí que eras sabia», la reté. «Ah, qué poca cosa sois los hombres. Disfruto del tiempo, de los dones que mi existencia me brindan y no ando perdiendo el tiempo con preguntas que no conducen a ningún sitio y que me privan de vivir»«Pero vivir también es hacerse preguntas», añadí. «La mejor pregunta es la que no tiene respuesta», dijo. Se remontó en un torbellino brillante como un espejo y se abalanzó contra mí furiosa. «Todo y nada» vociferó en un resuello que me pareció la respiración profunda de un gigante. Rozó la orilla y llegó hasta mis pies. «Por qué ansiáis lo que ninguna especie más reclama. Acaso sois mejores los hombres que las montañas, proveéis de más riquezas que los ríos, dais cobijo a otros animales como hacen los árboles»«No, en realidad todo lo contrario», confesé. «Entonces, a qué tanta arrogancia».