CITA PREVIA

 


Ayer presencié un fenómeno que siendo de lo más surrealista, se está convirtiendo en habitual; acorde al signo de los tiempos.

Un señor llega a la puerta de una dependencia ministerial. Le sale al paso un guardia jurado de ancha espalda y porte erguido que sin dilación, le requiere la preceptiva cita previa (todo el mundo necesita citarse previamente hoy para todo). El hombre de sienes blanqueadas le explica que no la tiene, que lo ha intentado a través de internet durante todo el día de ayer, pero que le ha sido imposible conseguir cita. También ha probado con el número de teléfono que figura en la página web, pero nada. El guardia arquea el entrecejo. No es que dude del señor, pero él se debe a su oficio y echa mano de la lista de citas previas. «No está usted en la lista», le contesta. «Lógico, porque como le digo -responde el hombre-, no he podido obtener cita vía telemática»«Pero es que sin cita previa no puede usted pasar», insiste el uniformado. «Sí, lo sé. Por eso mismo vengo, para pedirla presencialmente». El guardia repasa la lista una vez más y lo mira circunspecto. «Pero es que sin cita no puedo usted pasar, ni siquiera para pedir cita presencialmente». El hombre observa que la gente se amontona a sus espaldas y parece impacientarse; todos disponen de la necesaria cita previa, él no. «Le repito que me ha sido imposible obtenerla»«A lo mejor están las líneas saturadas -asegura el hombre de caqui-, inténtelo más adelante, a ver si hay suerte». Arde en deseos de apartarlo de la fila para que ésta fluya, pero el hombre permanece inmóvil, petrificado. «Como le digo, ya lo intenté durante todo el día de ayer y nada. No quiero que me atiendan, sólo deseo que me den la dichosa cita previa», aclara. 

El agente abandona el papel en la mesa y adopta una actitud grave. Sabe que no puede permitirse excepciones porque supondría un precedente peligroso. Así que se cierra en banda y se vuelve inconmovible. «¿Y qué quiere usted que le haga? Yo, sin cita, no puedo dejarle pasar», le advierte. «Creo que no me entiendes». El hombre mayor, exasperado, lo tutea. Sabe que está cometiendo una indiscreción, casi un desacato, pero le pueden los nervios. Ha estado toda la tarde del día anterior tecleando el DNI y el motivo de la cita en la dichosa pantalla del ordenador, y finalmente, se ha dado por vencido. No entiende de ofimática ni desea hacerlo pese a que los tiempos le condenan a ello. Tiene suficiente con el reuma de las extremidades que le trae por la calle de la amargura y la piedra del riñón que se le clava en el costado como un puñal. Internet le parece un arcano; vino al mundo con la promesa de agilizarlo todo y nos ha hecho dependientes. Lo llama "el caballo de Troya". Se refiere a la informatización de todos los servicios públicos. Hasta para pedir una puñetera pizza hay que hacerlo vía telemática. Internet se ha vuelto un tirano silencioso y sin escrúpulos, piensa.

«Claro que lo entiendo caballero -responde el agente-, pero yo no puedo hacer nada». El guardia de seguridad utiliza por vez primera la palabra "caballero"; muestra contenida de autoridad. «Le repito que el ordenador no me da la dichosa cita y que el teléfono comunica todo el tiempo». El guardia se encoge de hombros. Se escucha un murmullo atrás y le piden al hombre que se aparte y que deje que la cola progrese, porque los hay que sí tienen cita. Alguien le advierte de que su hora está a punto de expirar con tanta espera, pero el hombre persiste. El agente lo mira severo. La hilera crece y la gente comienza a desesperarse. El uniformado no puede permitirse un tumulto a las puertas de las oficinas y le invita a hacerse a un lado con forzada amabilidad, pero el hombre se niega. Ha venido a por aquello que le veda la red (qué apropiado, perdido como una mosca en el telar de una araña, una bien grande). Por su cabeza sobrevuela la idea, aunque no es este el lugar ni el momento, de protestar como contribuyente por el pésimo servicio del que es acreedor.

El guardia toma el micro que cuelga de la hombrera izquierda del uniforme, aprieta el interruptor, inclina la cabeza y al hablar por el intercomunicador adquiere un tono profesional. «Gutiérrez, tengo un cuarenta y dos en la puerta», dice crípticamente. Nadie de los presentes sabe que es un cuarenta dos, pero suena inquietante. Un hilo de sudor recorre la frente del hombre. Una voz metálica se hace eco del llamamiento y responde con vehemencia, que acude de inmediato.

De la puerta contigua sale otro uniformado, éste con un distintivo rojo en la solapa que lo hace parecer de mayor graduación. También sus formas son más elocuentes aunque no más elegantes, y conduce al hombre a un rincón; la fila adquiere entonces un renovado ritmo y el arco magnético berrea como un animal herido cada vez que alguien lo supera. Al nuevo uniformado le asoman unas incipientes canas a ambos lados de la cabeza, pero como aquél, luce un torso atlético.

«Caballero, cuál es su problema», se interesa. «Como le he dicho a su compañero, me pasé toda la tarde de ayer intentando pedir cita por internet, pero me ha resultado del todo infructuoso»«¡Claro! Ayer se cayó la línea en toda España -dice-. Debe intentarlo otra vez hoy»«¿Verá usted, y no será mejor, que ya que estoy aquí, me la den ustedes?» «No caballero. No podemos hacer eso. Debe solicitarla a través de la web del ministerio»«¿Y si vuelve a caerse la línea?» El uniformado se encoge de hombros y la camisa se arruga a la altura del pecho por primera vez. «¿Pero para qué era?» Pregunta el guardia que comienza a entender la impotencia del señor. «Para solicitar una declaración negativa de ingresos. Verá usted, cobro una pensión de jubilación y la necesito para la declaración de la renta»«¡Pero hombre, para eso no hace falta pedir cita previa!» «¡Ah no!», exclama sorprendido. «Basta con que introduzca su DNI y el asunto en la web del ministerio y el propio sistema se lo facilita»«De tener línea, ¿no es así?». «Claro». «¿Y no me la podría expedir un funcionario a mano?»«¿A mano? No hombre. Eso era antes. Ahora todo es más cómodo y sencillo con internet». «Si hay línea»«Claro, si hay línea y si no está colapsada la red», aclara el agente. Ehombre enmudece y permanece unos segundos pensativo. A continuación evita agradecer nada y se marcha por donde ha venido, pero con la desolación pintada en el rostro.