LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN EN LA ERA DE LA POSVERDAD

 

En esta época de desconcierto, está muy extendida la costumbre de señalar como verdades incuestionables afirmaciones sin cuño. No es extraño que los medios de comunicación apoyen sus artículos en banas presunciones y lo que es más grave, sin acreditación alguna. Así sucede cuando se dice que: "un grupo de expertos ha dicho..., un artículo de una revista científica dice..., o un científico asegura que...", pero rara vez se nos aclara qué científico dice qué, quién afirma qué, ni qué revista alega qué. En la era de la comunicación exprés, la desinformación campa a sus anchas anegándolo todo a su paso, porque, afirmando mucho se atestigua poco. Lo importante es que parezca que una voz autorizada refrenda tal o cual postura. Nadie se hará preguntas porque en la era del conocimiento indubitado, la ignorancia es la reina. Estamos tan acostumbrados a creer los rumores que toda afirmación, por velada que sea, nos parece una verdad revelada. Y no es para menos; no les hablo de canales alternativos de youtubers anónimos ni de prensa sospechosa de conspiración, sino de la autorizada que copa los medios a diario. No objetaría nada si no fuera porque evitan, deliberadamente diría yo, decir quién firma qué, quién dice qué o qué revista atestigua qué. Es de primero de Manipulación periodística; sembrar de conjeturas y diluir las autorías; así se sienta la certidumbre necesaria para crear opinión ideológica. 

Al ciudadano de a pie le resulta tan imposible contrastar las noticias que da por cierto el bulo más infundado, aún viniendo de medios en apariencia serios. Se pretende con esto un caché de autenticidad, una pátina de verosimilitud que no posee, pero que cumple a la perfección su única función: intoxicar. (Ni siquiera es ya vender periódicos, eso quedó atrás desde que los medios, al igual que los sindicatos, los partidos políticos, las ONG's y hasta el fútbol está subvencionado). Porque de otro modo, es decir, con una pizca de ética, de pundonor profesional, atestiguarían sin problemas las autorías, pero no lo hacen. El propósito por tanto es, hacer pasar por verdadero lo que no lo es. De modo que la prudencia aconseja, bajo mi punto de vista, dejar en suspenso las informaciones, todas.

Una noticia, por mucho que haya sido publicada en la prensa de tirada nacional, o abra el telediario de las tres, no deja de ser un chisme en altavoz si no está debidamente cotejado; y por supuesto, no basta con que lo diga el ministro del ramo, porque los políticos son tendenciosos y los afines, por mucha bata blanca que porten, por mucho personaje encorbatado que sea, por mucho uniforme que vista, también. La idiocia o peor, la mala fe, se ha convertido en el canon del periodismo actual (y de la gente de a pie) y no es raro oír como verdades absolutas, lo que no son más que meros globos sonda o directamente, mentiras.