LA INMUNIDAD DEL REBAÑO

 

Hace mucho que el rebaño es inmune; inmune a la verdad; el rebaño ya no quiere saber, ni conocer. Ha sido domesticado tan bien que opta por ser obediente y seguir al pastor, aunque lo lleve al abismo. Y aún sintiendo el frío hálito del desfiladero en sus hocicos, se lanzarán por manadas enteras si el pastor así se lo pide, porque las ovejas son ovejas y no hombres.

Al rebaño les mueven instintos primarios y el pastor lo sabe: comer, descansar, reproducirse y sobre todo, balar. Eso les encanta. Balar durante todo el día la misma canción: el amo es bueno, el amo nos quiere, el amo nos protege, qué sería de nosotras sin el amo. El pastor, sabedor de su posición dominante, las estimula con un largo paseo mañanero todo los días, y las vigila en todo momento. Para eso cuenta con tres canes que a dentelladas someten al grueso del grupo, y a partir de ahí, el rebaño entiende que no debe abandonar el lindero.

Al miedo consagra el rebaño su vida; miedo al frío con las primeras nieves, a morir de inanición antes de que acabe el invierno, a perecer deshidratadas en verano. Miedo, siempre, pero sobre todo, a las sombras que se forman entre los matorrales y que a todas les parece una manada de lobos hambrientos, porque el pastor les ha dicho que hay lobos en el bosque aunque ninguna los haya visto jamás; ni siquiera las más mayores recuerdan haber visto nunca un lobo. Lo cierto es que no saben vivir sin miedo y de no tenerlo, lo inventarían para hallarse entretenidas. Por eso cuando a alguna oveja, sin duda descarriada, se le ocurre pensar por su cuenta que las figuras del bosque pudieran ser más bien juegos de luces y contraluces, las demás se la echan encima para quitarle de la cabeza semejante ocurrencia. Una buena oveja, además de comer, dormir y copular, debe desarrollar un pánico atroz a lo que sea que el pastor les haya dicho. Una mosca puede ser un sujeto peligroso si el amo así lo ordena; a fin de cuentas, quiénes son ellas para dudar. El pastor las ama, las alimenta, las cuida y si hace falta vivir aterradas por una figuración extemporánea, lo estarán porque, qué sería de ellas sin el miedo.

El hombre del cayado las contempla desde la loma con un cigarrillo en los labios. Los perros corren ladrando de acá para allá con la amenaza de sus dientes, y las ovejas forman un corro homogéneo en el centro del pastizal. Alguna bala que qué bueno es el amo que nos observa desde lo alto. Otra le contesta que sí, pero que quizás no las contempla sino que las vigila. La de más allá alega que sentirse vigilada es bueno, porque no sabe cuándo pudiera estar cometiendo una locura, y es mejor que el pastor las corrija por el bien de todas. La oveja negra, sin embargo, estima que estarían mejor solas; desde allí huele hojas frescas y brotes exquisitos más arriba, donde el pastor no las lleva a pastar. Y basta la sola mención de que existe un lugar mucho mejor, para que las demás se vuelvan con la rayita de sus ojos extendida, como cuando creen ver al lobo tras el matorral. Y entre todas la reprenden, que sus razones tendrá el pastor. Y expulsan a la oveja díscola hasta el exterior de la bandada, donde los perros le puedan atizar un buen mordisco; no vaya a ser que se corra la voz entre el grupo y alguna otra sueñe con pastos sabrosos al otro lado de la montaña.

Ayer, con las primeras luces, el pastor entró al establo, separó a unas cuantas ovejas y las subió a un camión; todas sin excepción sabían adonde se dirigían. Miraron a través de las rendijas en la pared hasta que el vehículo se perdió en el horizonte. Después hicieron como si no hubiera sucedido, y retornaron a la tolva para seguir comiendo. La oveja negra no; se las quedó mirando sin entender, doliéndose todavía de la última dentellada de Aníbal, el perro ovejero. Al llegar al destino, el transportista puso la trampilla de madera en la parte posterior del camión y las elegidas fueron descendiendo en orden. Atravesaron una cerca, después otra más de metal, y por fin penetraron al interior del matadero. Pero todas llevaban en la boca un balido distraído que rezaba así: el amo nos quiere, el amo nos adora, el amo nos protege.