Nada nos reconcilia más con nuestra especie que cuando nos brindamos a los demás sin esperar nada a cambio, pues esa es la verdadera caridad. Si me diera a medias sería un fraude; o lo hago o no lo hago. De ahí que entienda la necesidad, primero, de probar en mis propias carnes eso que llaman solidaridad, porque el mundo está lleno de actos desinteresados y también de fracasos sonadísimos. Así que prefiero poner en práctica el amor para conmigo, y después ya veremos. No vaya a ser que de caritativo nos pasemos de frenada y contraiga el vecino una deuda difícil de satisfacer. No, el nuestro no deber ser un acto filantrópico (de filántropos está a rebosar la Tierra), sino de amor sincero, de esos que dejan huella en el alma y cardenales en la piel. Como el de los bancos que trabajan las veinticuatro horas por nosotros.
Ah, alguno habrá que ya me esté acusando de hedonista o peor, de cínico. Nada de eso, sólo pretendo hacer lo correcto. No olvidemos cómo reza el Nuevo Testamento: "ama al prójimo como a ti mismo", y yo estoy en esto último, en amarme primero a mí y así aprender para luego darme del todo. Porque para amar hay que hacerlo con el corazón, de lo contrario se diluye el sentido mismo de la caridad y la concomitancia. Donarse a medias es tanto como perpetrar un fraude, y no quisiéramos decepcionar a nadie, ¿cierto? Por eso y de momento, voy a prodigarme en el amor autocomplaciente y después, una vez que lo domine, ya pensaré qué hacer.