LA DESOBEDIENCIA CIVIL

 
Como continuación al artículo "la ley y lo justo" del pasado 13 de enero, (dejo el enlace aquí por si os apetece echarle un ojo https://puntoyaparte-reflexion.blogspot.com/2022/01/la-ley-y-lo-justo.html, traigo este otro que seguro que será tan polémico como el anterior. Espero que lo disfrutéis.

Cuando una ley se manifiesta injusta, sólo caben dos posibilidades y ambas son profundamente personales y enteramente respetables: el acatamiento de la norma o la desobediencia civil.

En qué casos sería evidente la objeción a la norma. En aquellos en que los derechos más elementales del individuo sean vulnerados por un gobierno hostil. ¿Y podrían darse tales casos? Sí, de hecho ya se ha dado con el Estado de Alarma del pasado 2021, en el que se suspendieron los derechos fundamentales recogidos en la Constitución, pese a revestirlo después de un mal necesario por el bien común. Pero lo será más aún con la entrada en vigor de la nueva ley de Seguridad Nacional por la que el gobierno, sin posibilidad de réplica de los ciudadanos, sin tener que aprobarla tan siquiera en el Parlamento, se reserva el poder de, no sólo suspender los derechos fundamentales de las personas, sino intervenir cuentas corrientes y propiedades sin derecho a indemnización alguna por parte del Estado, y por el tiempo que éste estime oportuno. Pero qué condiciones se tendrían que dar: cuando la seguridad nacional se viera concernida; que podría ser con una nueva pandemia, con una crisis económica, etcétera. La futura ley de Seguridad Nacional es el terreno abonado para la instauración de una dictadura, donde al ciudadano no le quedará más que acatar las órdenes. Con la obediencia no cabe siquiera la amarga queja, sólo el silencio. Pues cuando se opta por ella, se niega uno a sí mismo.

El objetivo principal de la desobediencia es traer cambios en el orden social o político cuando afectan a las libertades de los ciudadanos. Es un proceso de oposición público a una ley de un gobierno. La desobediencia puede ser activa o pasiva. Puede ser omisiva o comisiva. El acto es omisivo cuando se deja de hacer algo. Comisivo cuando se ejercen acciones que están prohibidas. Cuando Henry David Thoreau (desobediencia civil 1849) se negó a pagar los impuestos para protestar contra la esclavitud y la Guerra injusta de Estados Unidos contra México, ejercía un acto de desobediencia civil omisivo indirecto. Sabía a qué se atenía cuando decidió con su objeción, encarar al gobierno, y lo encarcelaron por ello. 

La ejecución de una protesta debe ser consciente y moralmente fundamentada, pública y pacífica. Cuando la desobediencia civil es individual y no colectiva, se funda en un principio de moral propio por lo que la definición se transforma en objeción de conciencia. En el marco de los sistemas no democráticos, la desobediencia al derecho con motivación política se hace al amparo del derecho a la resistencia. De modo que uno puede desobedecer un mandato legalmente fundamentado cuando éste se torna injusto y hasta criminal. Por supuesto, se expone a la coacción de los poderes en forma de multa o prisión. Está en la conciencia de cada uno valorar si merece la pena el paso que se está dispuesto a dar porque son muchos los factores a tener en cuenta: la entereza física y psicológica por el tiempo que dure ésta (¿lo resistiré?), la estabilidad familiar que se verá sin duda mermada, la presión social (ser tachado de desleal, de antipatriota, de antipático por los amigos y los conocidos, que sin duda, dejarán de serlo en lo sucesivo). Pero si a pesar de ello se está dispuesto a llevarlo a cabo, la balanza se inclinará favorablemente hacia el desafío.

Debe acometerse con la cabeza alta y el pensamiento frío; no se está cometiendo una aberración ética aunque sí un delito al albur de la legislación presente. No hay mayor honra que la oposición a un tirano. Hay que recordar sin embargo, que toda desobediencia es ilegal por definición. Por ello debe hacerse sin temor a los obstáculos, porque serán numerosos. Tus requerimientos, sin embargo, se fundamentan en la razón y en la justicia con mayúsculas. Pero ni siquiera la resistencia pasiva es garantía de éxito; al menos no a corto plazo. El triunfo reside en no dar sostén a la injusticia. Una desobediencia no necesita de héroes. Basta con personas honestas decididas a desobedecer. El desobediente debe arraigarse en sus convicciones con la tenacidad con la que las raíces de un árbol se aferran al suelo.

Llegados a este punto habrá quien diga: bien, todo esto es fantástico, pero desobedecer es demasiado radical; aunque creo en el espíritu de la desobediencia, yo no quiero padecer prisión ni que me multen, ni ser excluido socialmente. Para estos tengo la versión light de la desobediencia civil, un sucedáneo de desacato aunque sin el orgullo de ser señalado por tus vecinos; emigrar. No serás el primero ni el último que ha abandonado su tierra por incompatibilidad con el régimen político. Me dirás: ¿abandonarlo todo? Sí. Abandonarlo todo, vender tus propiedades, con discreción, y marcharse. La idea de que nos debemos a una tierra, a una patria es una falacia; nos debemos a la tierra que nos hace felices, que nos permite desarrollar nuestro proyecto de vida en paz. A un padre tiránico, a una madre desleal no se le debe sumisión sino rechazo.

Claro que quien se lanza a la piscina por primera vez, quiere aclimatarse antes. Para ellos existe la modalidad que podríamos denominar "fuera de la red". Esto implica no participar del sistema: abstenerse de votar, apagar la televisión, y ser lo más independiente posible, energética y socialmente. Puede ser comprando un pequeño terreno, apartado de las grandes urbes (no hace falta irse a la montaña aunque no sería nada descabellado). Procurarse un suministro energético propio, un pequeño huerto y ciertas comodidades imprescindibles; no se trata de vivir como un ermitaño, pero sí evitar pagar la menor cantidad en impuestos, dejar de alimentar al monstruo, dejar que perezca por inanición, como amenazó hacer el Abate de Sieyès (el Tercer Estado 1789). Se ha demostrado que los que mejor llevaron el confinamiento del pasado Estado de Alarma, fueron aquellos que vivían en zonas aisladas. Es más, ante una crisis, la autosuficiencia que permite el campo es una ventaja frente a la escasez de recursos y la dependencia absoluta que suponen las ciudades. 

Para aquellos que consideran la desobediencia civil una locura, una utopía, les diré que el loco es incapaz de reconocer su locura y cuanto hace, lo cree necesario. El cuerdo, sin embargo, porque reconoce la ironía de la locura, sabe distinguir entre ella y la realidad y por tanto, entender qué es bueno y qué no lo es. Sobre todo si es para sí. El loco creerá poder cambiar el mundo con su decisión. El cuerdo no aspira a tanto, le basta con que no lo cambien a él; porque sólo a un loco se le ocurriría confinar a las personas sanas por el bien de las enfermas. El lúcido sin embargo preferirá que encarcelen al loco, pero si esto no es posible porque es el demente quien regenta el poder, al menos deseará apartarse. Pero si esto ya no es viable, lo desobedecerá con toda justicia.